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“La Profecía, al menos su primera
parte, ya se había cumplido: los tres alados habían recibido porciones iguales
de Paradoja de la Reliquia gracias a las artes mágicas del Chamán Zabio, jefe
de los Kalaveraz Rojiblankaz. Una cuarta parte del misterioso y gran poder de
la Paradoja se ha quedado en la Reliquia por seguridad… la razón es para que,
en el caso que uno de los que formaban el Triunvirato se pudiera corromper y
desear alzarse sobre los otros dos convirtiéndose en un Tirano, los otros
pudieran copiar el hechizo del viejo chamán, vaciar por completo la Reliquia, y
ser así más fuerte que el exaltado y aplacar su traición.
En principio y bajo la tutela del
fallecido Elan Kor, promotor del germen de los Run’Tau, la Paradoja la
utilizaba éste sin tener el poder de la Reliquia al cien por cien: solamente su
influjo, al venerar el ídolo en su altar privado, lograba que el Etéreo pudiera
realizar los hechizos ilusionistas – la Paradoja es, en sí, un poder de
creación de grandes ilusiones o sortilegios basado en la secreción ferógena de
los prismas que los Tau utilizan para ”oler” y comunicarse a niveles de
inteligencia biológica inconsciente únicamente reservados a ellos (y no a
todos), y que sólo los seres racionales son afectados por estas ilusiones
debido a su expresa inferioridad para-biológica comparados a los seres, los
Run’Tau, que sí controlan esas frecuencias metaolfativas – más asombrosos con
el objetivo último de escindirse del poder del Imperio Tau de la Casta de los
Aun, ya cumplido. Pero ahora que los tres sucesores de Elan Kor no sólo
controlan la Paradoja natural de sus propios cuerpos y mentes; sino que además
poseen la Paradoja pura, física, en sus adentros sacada de la Reliquia que
albergaba tal poder… los límites de esos hechizos son inéditos incluso para
ellos mismos, y su control y su capacidad están todavía por mostrarse y testar…
De tal modo, las posibilidades de
utilización de la Paradoja, si ya eran fascinantes con Elan Kor a pequeña o
gran escala, ahora con el gobierno de los miembros del Triunvirato, se han
transformado en inimaginables.”
CP.IV.PT.3. KALAVERAZ
ROKIBLANKAZ.
Mont salió temprano del fuerte en
construcción. Los obreros ya habían finalizado las murallas de troncos y se
disponían a ubicar y colocar las almenas primero, y las torretas vigía o
atalayas después. El plano de la mega-construcción era octogonal, y las
viviendas en su interior así como los edificios burocráticos y administrativos
o militares respondían a esa figura, enclavadas en una trama de calles
dispuestas en un dibujo cuadrangular de parrilla perfecta, con cardo y decumano
partiendo del cuartel general: un alcázar dentro del fuerte, de planta también
octogonal, que sobresalía en altura y belleza del resto de edificaciones, todas
hechas con los troncos de distintos árboles tropicales de ese bosque rico y
selvático que les rodeaba sin fin. Los Run’Tau, desde ese joven principio,
desearon renegar de toda la cultura Aun, convencidos de su traición al Imperio,
y de su autonomía no sólo política y personal, sino también cultural y social. Por
ello, no tenían ni Retka o Templo, ni Universidad Aun (puesto que no había
Etéreos entre ellos y formaban una sola Casta proviniesen de la que provinieran
en sus planetas de origen), ni arquitectura o predeterminación estética y visual
que pudiera recordarles a la funcionalidad con la que el sistema Tau’va Aun
impresionaba, y dominaba al fin y al cabo, al resto de Tau y seres bajo la
influencia del Imperio. Como iba solo no tuvo que preocuparse por ser sigiloso
al acercarse al pintoresco poblado de los Kalaveraz Rojiblankaz. No había dicho
nada a Doran ni a Anuk porque, en realidad, no sabía sin finalmente haría lo
que tenía en mente hacer… no obstante, algo en su nuevo y poderoso interior le
decía que sus kamaradas del Triunvirato estarían de acuerdo con ese… “asunto”.
Por el camino entre espinos,
altos matorrales y el frondoso bosque, se encontró con los de siempre: el grupo
de exploradores-camaleón cuyo miembro hubo asesinado a Elan Kor con su venenosa
y certera cerbatana. Se detuvo ante su presencia y se los quedó mirando: la
Paradoja, tan fuerte dentro de sí, le permitía ahora verles claramente aun
camuflados en la espesura… ante la curiosa mirada de los Orkos, Mont levantó su
mano derecha, la abrió extendiéndola al máximo y les dijo en J’Ro’Tau’Kor a
pesar de arriesgarse a que los Be’Gel no le entendieran:
- Acompañadme y os otorgaré el
conocimiento; abriré vuestros ojos y nunca más viviréis en la oscuridad.
Los Orkos se quedaron paralizados
durante un largo y violento instante. El momento siguiente, los exploradores
seguían a Mont en su camino hacia el poblado, a su espalda, sirviéndole de
guardaespaldas con las caras pintadas y taparrabos de pieles de animales. Todos
tenían, sobre su pectoral izquierdo, la pintura de una kalavera rokiblanka a
modo de tótem.
Cuando arribaron, casi toda la
Familia Be’Gel (eran un par de centenares, poco más) salió a recibirles. Zabio
no se encontraba entre ellos, haciendo los dioses saben qué cosas en su cabaña
privada, a quien él debía permitir de manera explícita entrar. Mont levantó la
mano derecha de igual modo que lo hiciera minutos antes con los camaleones…
esta vez, y de nuevo en J’Ro’Tau’Kor, dijo:
- Ya no sois Be’Gel primitivos…
ahora tenéis la luz del conocimiento en vuestras mentes, ahora sois Run’Tau,
primeros miembros de la Gue’vattra, ¡Kalaveraz Rojiblankaz, yo os conmino a la
libertad!
Entretanto Zabio oyó cómo Mont
gritaba aquello desde su refugio, como no entendió lo que dijo, la curiosidad
le instó a descubrirse y averiguar qué sucedía:
- ¡Ya no sois más aliados de los
Run’Tau, sino iguales, hermanos!
Algo le dijo a Zabio, un
escalofrío de peligro y advertencia, que lo que el Run’Tau estaba haciendo no
era “bueno” precisamente…
- ¡Qué eztaz haziendo? – Preguntó en Be’Gel; Mont no le entendió.
Zabio izó su báculo con la calavera de barro y la agitó, nadie sabe con qué
objetivo… pero detuvo su incipiente danza en seco: Mont le señalaba con la
palma de la mano derecha extendida. Un segundo después, Zabio comenzó a cantar
el hechizo con el cual hubo vaciado la Reliquia un par de días antes.
Y lo más extraño era que Mont
empezó a repetirla desde el principio: memorizándola de una sola pasada. La
susurró con un tono de voz que no era el suyo… como de ultratumba.
Zabio finalizó el cántico mágico
y Mont bajó su mano, callando. Sin más, el
Guía Run’Tau, desefundó su revólver de inducción (arma exclusiva de los
extinguidos Elsy’eir Run) y disparó a la cabeza del chamán, haciendo explotar
su cráneo y desparramando sus sesos sobre el fresco y verde césped del parque
Be’Gel.
- No podíamos fiarnos de ti,
amigo. – dijo en voz alta regresando el revólver a su lugar y se dispuso a
marcharse.
- Po… - comenzó a hablar uno de
los Orkos que Mont tenía más cerca en el idioma del asesino - ¿Podemos celebrar
un funeral en su honor, Maestro?
- Por supuesto, soy un militar;
no un monstruo.
De regreso al fuerte, acompañado
por un Be’Gel que ellos mismos eligieron como nuevo Cabeza de Familia del
pequeño poblado, Mont relató lo sucedido a los otros dos y, ayudado Doran por
el Orko, de nombre Kaputo, transcribieron el cántico que Mont memorizó en
alfabeto T’au y guardaron el códice – un rollo de papel de altísima calidad
dentro de un cofre cilíndrico de acero inoxidable – junto con la Reliquia en el
sótano del cuartel general; donde además habían erigido un místico tétrico
altar al ídolo de madera Gue’la.
- Kaputo, nos ayudaréis, tú y tu
Familia, a someter al resto de poblados Be’Gel del planeta que hay esparcidos
por todo el continente; a cambio, y por haber sido los primeros en anexionaros
a nuestra Legión Extranjera (Gue’vattra), seréis la Familia dominante de todas
las Be’Gel que se unan a nuestra causa… - Doran convenció enseguida al ya
hechizado (por el influjo perenne que la Paradoja irradiaba desde los cristales
ferógenos del Triunvirato) Orko…
- Los Kalaveraz Rojiblankaz –
dijo el grandullón de piel verde – no oz defraudarán.
Mont y Anuk se retiraron a sus
aposentos. Desde la última planta del alcázar, a través de una ventana sin
cristal, podían ver cómo las centurias Run’Tau erigían, sin descanso por turnos
bien organizados, las almenas de la muralla exterior… un Nuevo Orden había dado
comienzo.
- Te amo. – Susurró Anuk a Mont
soplándole las palabras en el cuello; haciéndole estremecer…
- Y yo a ti, zara (princesa)… se volvió a ella y se abrazaron fundiéndose
en un apasionado beso.
Se desnudaron mutuamente
despacio, con el calor del trópico pertinaz como telón de fondo. Antes habían
dispuesto las cortinas para que ninguna mirada curiosa se colase por el vano…
descubiertas sus pi8eles, oscura y curtida la de Mont; suave y pálida como una
mañana invernal la de Anuk; se rindieron al amor confundiéndose con el otro.
Mezclándose. El lecho, de hojas de palma y de fresnos en flor, no se quejó esa
tarde cálida y sin viento. Testigo amable y callado del desenfreno que sus
vaivenes dejaron… como dos bestias mitológicas, danzando en el aire, escupiendo
fuego, batiendo sus alas… formando parte junto con el brillo de las estrellas
de las entrañas del cielo.
Se enmarañaron en el gozo. El
otro se convirtieron y, en el cenit de la plenitud que por amor se alcanza, los
respirares se trocaron dolor y el palpitar enajenado… un beso, y tocar el
Paraíso con al punta de los dedos.
Descansando al final del frenesí;
cien mil millones de veces se susurraron, dibujando circulitos con las yemas en
la piel desnuda del adversario, que se amaron.
Continuará en… CAP.V: EJECUCIÓN DE UNA VENGANZA.
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