Vistas de página en total

26 de noviembre de 2014

Poesía: La casa del padre, de Daniel Sánchez Ortega.



Ha plantado el otoño los pies en los umbrales
y es la casa del padre una nada de escombro en el campo agostado.
Hoy he vuelto a la casa en ruinas de mi padre,
una foto cuarteada, impresa en blanco y negro
donde naufraga el tiempo, los recuerdos gastados
y el pupitre que fuera la mesa de matanza,
cara al sol de una tapia o al calor del establo.

Hoy he vuelto a la casa, al tiempo y la memoria
de la sangre que nutre la vida del centeno,
al vino con que ahogamos la nuestra en la taberna,
al tiempo del zurcido, la pana y los remiendos,
al tocino tasado y los viudos gazpachos,
al pan del estraperlo…

Apenas queda nada,
una tapia sin cal  y un establo habitado de ortigas y lagartos.
Los cerdos y las cabras han hecho su morada
donde hubo un lecho grande de nocturnas querencias
cuando esto no era ruina tapizada de estiércol.

Hoy he vuelto a la casa,
transportado hasta el tiempo de la era y de la yunta,
al carasol de siglos, areópago en posguerra:
Una plazuela al sol, un triángulo apenas de anárquico trazado;
la calle cuesta arriba con las casas abiertas;
el pozo del abuelo, de pértiga, en el prado;
el corral, las gallinas y el nido del vencejo en  el porche de afuera.

Hoy he vuelto a mi tiempo de bizcos girasoles,
furtivo pescador de coplas en la radio:
Marisol, Joselito…, pequeños ruiseñores
que al final acabamos con el alma en pedazos.
Era... un tiempo zurcido de retal y culeras.
Era un tiempo de radio.
De radio silenciada en la casa del pobre,
de pelota de trapo,
de tristes y grotescas procesiones,
de luto interminable, del aro calle abajo,
del maquis de posguerra, de pídola y canicas,
del miedo permanente al tío del saco,
sin cantos y sin comba ni corros en la era por ser de mariquitas.

Hoy he vuelto a la era, he mirado la casa
y el ocre del recuerdo congrega a los fantasmas:
el padre en la avalancha de luz que nos inunda,
la madre en su tarea del fogón y la cría.
El padre arcángel blanco del rastrojo y la estepa,
artesano constante del surco y de la lluvia,
titán de los secanos, escultor de la siembra;
experto timonel del ramal y la yunta
canciller de la escarcha, augur de cabañuela...
Mi padre un capitán de los barbechos, como el abuelo de Ismael,
mi padre a pie desnudo que regresa
al pulso de la sangre que amamanta los trigos,
a la sangre del grano, redentora del hambre como un Cristo de urgencia.

Hoy he vuelto a la casa del padre y de la madre,
a la niñez robada,
al niño que soñaba las horas de la noche
cuando aterran, consciente, las horas de los días.

El padre en la avalancha de luz que nos inunda,
la madre en la tarea del fogón y la cría
ensillaron a tiempo la montura. Lo dejaron todo:
la nada de las cosas, la oquedad de la vida,
la materia finita que a todos encapsula
como a una crisálida. Y todo se llevaron:
el calor de su afecto cuando hace tanto frío,
y el agua de sus días cuando aprieta la sed.

He vuelto de la casa del padre y de la madre,
del tiempo y la memoria
y apenas queda nada.
Nada
 Daniel Sánchez Ortega (c), 
a quien tuve el gusto de conocer en la presentación de su novela "La cruz de la Doncella",
en Caudete, Albacete.

Daniel Sánchez Ortega